El catedrático del departamento de Física de la Tierra y Astrofísica de la Universidad Complutense, Jesús Gallego, ha cerrado el curso de verano “De Madrid al cielo: Talento e innovación para el espacio”, con una conferencia sobre la contaminación lumínica y la manera de luchar contra ella. Gallego, especializado en galaxias lejanas, lleva algunos años implicado en diferentes proyectos para la investigación y la toma de decisiones en materia de gestión de la iluminación y protección del cielo nocturno, que “es un patrimonio cada vez más escaso”. En esta lucha es fundamental, de acuerdo con él, la ciencia ciudadana, pero también la colaboración de los políticos, “en los que no se ve una falta de voluntad, pero sí un gran desconocimiento sobre este tipo de contaminación”.
Jesús Gallego ha puesto como ejemplo de buenas prácticas al Ayuntamiento de Madrid, que “se deja aconsejar muy bien y ha modificado mucho su iluminación nocturna durante los últimos años”. De acuerdo con el conferenciante, en Madrid se ha conseguido regular la intensidad lumínica a una hora avanzada de la noche y también se ha logrado que los comercios apagan sus luces.
Eso no quita para que el hongo de luz de la capital llegue hasta a 500 kilómetros de la Puerta del Sol, motivado el gran tamaño de la ciudad y por algunas iluminaciones exageradas como la de la Torre Picasso que lanza al cielo un chorro de luz que interfiere, por ejemplo, con las observaciones del telescopio de la Facultad de Físicas de la UCM.
De acuerdo con Jesús Gallego, tenemos el deber de preservar el cielo oscuro, para nosotros y para las generaciones futuras, con la mira puesta en descontaminar lo máximo posible los cielos que ya están contaminados por luz artificial. Una luz que afecta a los ritmos circadianos de todos los seres vivos del planeta y que perjudica a la calidad de sueño y a la producción de hormonas.
Ha recordado el complutense que la contaminación lumínica no sólo afecta a la astronomía, sino que también tiene efectos sobre la fauna, desde los polinizadores, que reducen su actividad, hasta el resto de insectos, aves e incluso mamíferos. Frente a eso se puede optar por buenas prácticas como la reducción de fuentes, que además estén bien apuntadas, hacia el suelo, que es donde se necesita que iluminen; sensores de encendido según se pase por debajo de las luces; menos luces blancas; oficinas apagadas por la noche, cuando no se usan, y faros de los coches que no sean deslumbrantes.
Jesús Gallego ha explicado que los ciudadanos pueden ayudar, no sólo con sus propias actividades relacionadas con la iluminación de sus viviendas y negocios, sino también participando en proyectos de ciencia ciudadana como Cities at Night. Los colaboradores con esta web reciben imágenes de diferentes lugares del planeta, para que los identifiquen, y hasta la fecha ya cuenta con 130.000 voluntarios que han identificado miles de imágenes tomadas por los astronautas desde la estación espacial, aunque quedan todavía unas 36.000 por localizar.
Otra opción es descargarse la app Street Spectra, que convierte en el móvil en un dispositivo científico para conocer qué tipo de farolas se utilizan en los diferentes lugares del mundo por los que paseamos. Esa app, que surge de un proyecto liderado por la UCM, sube toda esa información y la compara, gracias a la IA, con una base de datos con otras miles de fuentes.